Desde su infancia, William desempeñó un papel protector hacia su madre, quien enfrentó innumerables desafíos emocionales en su vida. Diana confiaba en él como su confidente, lo que llevó al joven príncipe a desarrollar un sentido de responsabilidad y resiliencia. La separación de sus padres en 1992 y la posterior muerte de Diana en 1997 profundizaron su lucha interna. A pesar de la presión pública, William ha encontrado consuelo al hablar abiertamente sobre su dolor, destacando el peso del duelo y la importancia de la salud mental.