Mientras Luna hundía las patas con firmeza en la tierra, sus ojos azules clavados en algo invisible en el aire brumoso de la mañana, John sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No era propio de ella resistirse, especialmente cuando la llamaba a casa. Pero allí estaba, firme, con una extraña intensidad en su mirada.
John se arrodilló a su lado, tratando de comprender, pero la mirada de Luna se desvió de repente hacia la línea de árboles. Siguiendo su mirada, John notó un débil destello, un brillo casi imperceptible, como si el aire mismo se estuviera doblando. La curiosidad lo obligó a acercarse y Luna, aparentemente satisfecha, trotó a su lado.
Justo más allá de los árboles, encontró una bufanda abandonada medio enterrada en la tierra, junto con algo aún más extraño: un delicado y desconocido colgante grabado con símbolos que no podía reconocer. Luna lo tocó con la pata, instándolo a que lo recogiera. Lo hizo, sintiendo una oleada de calor que provenía del colgante.
Fue en ese momento que John se dio cuenta de que su perro lo había guiado a un lugar donde algo, alguien, había dejado un mensaje. El colgante lo llevaría por un camino que nunca imaginó y revelaría verdades ocultas sobre su pasado. Y cuando volvió a mirar a Luna, comprendió que ella había visto lo que él no podía ver: una puerta de entrada a una parte olvidada de su propia historia y, tal vez, a un nuevo capítulo que estaba destinado a descubrir.